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LA GUERRA GAUCHA

Sólo quedaban al enemigo, en sobresaltado grupo, las mulas de la artillería.

Pavorosas clarinadas, órdenes, truenos, carreras de sombras, tiroteos que reventaban en la oscuridad, componían aquel trágico desenlace. Y á la luz de un relámpago que flotó sobre los árboles como una gran sábana, los godos contemplaron una imprevista peripecia.

La masa se encabritó allá en el fondo contra las colinas que cerraban el valle; giró, reemprendiendo la embestida entre costaladas y desmelenamientos indómitos. A través del aguacero que arreciaba, hubiérase dicho una lanzadera tejiendo el desastre en la urdimbre de la lluvia. Las descargas, regulares ahora, salteáronla en grupos; pero las mulas restantes huyeron con ellos.

Y recién notaron que de ese alboroto no surgía una orden, que ni un brazo culminaba sobre esa uniformidad, que ningún albedrío la gobernaba. La tierra, salpicada de bultos negros, sudaba sangre. Sobre el campo aun removido de trotes, cerníase el olor flavo de las bestias dominando al de la pólvora.