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LA GUERRA GAUCHA

Por una libra de yerba llegó a degollar pasajeros; y si esquivó las persecuciones, lo debía á su caballo, un cojudo pangaré enseñado como una persona que lo despertaba á relinchos y lo escudaba con su cuerpo. Desenfrenado, dirigíalo á palmadas y con las piernas. Un grito lo desbocaba, otro lo contenía, y aunque goloso de aguardiente, desde una vez que estando bebido lo hizo probar, se conservaba modelo.

Él en persona lo tusaba con su facón, no mezquinándole atavíos; él habíalo adiestrado á usanza toba, cabalgándolo sólo por la derecha, de modo que no se dejaba por la otra mano. Desde luego, á nadie más servía; y esto, en caso de sorpresa, lo salvaba.

Casi con reverencia atendían al narrador, porque lo consideraban el más baqueano durante las noches sobre todo. Nictálope por lo payo, este albinismo realzaba sus condiciones. Así sus manos pecosas cuya epidermis de afrecho blanqueaba en las tinieblas, iban redondeando la narración con movimientos autoritarios.

La plática seguía. Ya con todo deshecho, los hombres sin comer, los caballos no comiendo sino espuela y rebenque, no valía la pena sacrificarse. A esto llegaban! Con el enemigo á discreción y ellos en la impotencia. Mejor era acabar