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LA GUERRA GAUCHA

Sobre un descampado no distante del boquete donde se hallaban, los caballos, presintiendo la lluvia, tranqueaban despacito, olían el suelo juntas las cabezas, como hablándose. A algunos relumbrábanles los ojos con la extraviada tranquilidad de una llamita bajo el agua. Sesenta jinetes al paso, rondaban el rodeo. Distribuidos en parejas, marchaban incesantemente, á la inversa unos de otros, hasta sus respectivos puntos de partida, haciendo ronda cruzada por lo tormentoso de la noche. Pena de la vida si se escapaba un animal, pues el enemigo dormía allá cerca. Los otros, al abrigo de las matas, en voz baja discurrían.

Los caballos cubiertos de ludias y esparavanes sucumbían a rodo, esto era lo cierto. Como que algunos llevaban más de dos años de soba. Quién los vio y quién los veía! Un lobuno bragado en el que se boleaba avestruces bajo el freno; un peceño frontino, un ruano limpito como una niña...

Recordaban las hierras con sus calenturas de combate, las domas con sus lujos de vigor y sus corcovos cortando el aliento como zampaduras en agua fría. Y en la pelea — los buenos animales — cómo les placía la pólvora y qué lindo se armaban: el ojo de avizora furia, de azogada vivacidad la oreja; como tronera de hornaza las narices, el freno nadando en espuma; tremulantes los encuentros,