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CARGA

Volaban entonces damasquinados loros, urracas de terciopelo celeste y crema, carpinteros de moño carmesí que tijereteaban el aire á grandes aletadas; y á pesar de vida tan profusa, aquellos bosques amenazaban con la sed. Las jornadas transcurrían sin un manantial. Al principio, cabe las sierras nevadas, los carámbanos de plata azulosa ó de sacarino blancor, suministraban arroyos; pero después, trenzados éstos en ríos, faltaba todo recurso. Desesperábanlos al par cáfilas de bichos. Piques que excavaban en los pies enconosas pústulas, garrapatas cuyos escozores enfurecían hasta la demencia. Y después de todo aquel martirio, las tercianas, acrecentando la calamidad, filtraban en las carnes su consuntivo estrago. Aquella derrota tantalizaba la muerte con la pertinacia de un suicidio.

Muchos hombres llevaban por todo uniforme la gorra, pues la chamarasca se comía calzado y traje. Cadaverizábalos la penuria con rictus macabros. Los semblantes componíanse de una barba hirsuta y un trozo de atezado pellejo que agujereaban dos ojos semejantes á cisternas. El silencio constituía la dignidad de su contraste.

Luego, abundaban otra vez las partidas, siem-