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LA GUERRA GAUCHA

mano. Las noches transcurrían en la mayor quietud; pero al amanecer, no bien emprendían su jornada, bajo el talón del último hombre prendía un incendio. Por el frente operaba la misma invisible tenacidad. Pedrones derrumbados cerraban las angosturas. Falsas pistas llevaban á engañosos prados donde el garbancillo envenenaba a las bestias. Carroñas de animales y aun de hombres inficionaban las aguadas; los manantiales cavados adrede, cegaban á su paso, viéndose obligados á practicar cacimbas en sus arenas para beber sin peligro. Cierta noche voló una carreta de pólvora, incendiando el parque. Explorada la campiña, sólo descubrieron un brazo quemado, que el consejo de guerra condenó á la horca como un reo.

Mas, fuera de los rebeldes, batallaba con su exuberancia el bosque. Ya eran las parásitas de traidora profusión, ya las telarañas que obstruían el camino columpiando tarántulas como bellotas. Y semejante opulencia aun los embelesaba. Las tripas de fraile alegraban tuberculosos leños con sus auriculares espiras pintadas á la acuarela. Tal soto profundizaba intimidades de salón en frescuras de vergel. Oíase á ratos el golpeteo de las nueces que los monos cascaban; bruscamente enmudecía todo, y momentos después una alharaca inmensa se propagaba por la fronda.