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... debiendo usted contener esa columna a todo trance.
Dios gde. á usted.


La sombra de un arrayán gigantesco oscurecía aquel párrafo. Transcurrió un silencio que sólo turbaba con su respiración el caballo del chasque. El lector, deletreando un poco, gruñó la firma en tono siniestro: Martín Güemes. Luego, arrugando el papel con violencia y seguido por el otro, se perdió entre los follajes.

Habíanse encontrado en la boca de una quebrada que caía á un valle entre dos cumbres. Al fondo, una nube montaba el horizonte color de grafito que festoneaban rizos de luz. En su centro anchos colores desleídos como lavazas de tintorero revelaban al sol. La base revertía una flores-