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LA GUERRA GAUCHA

Pues blasonaba de apuesto galán, no obstante sus patillas barbirrucias y sus dientes escomidos de neguijón. La peluca y el cabello despeluzado sobre las sienes, mal disimulaban los comeros de su calvicie; pero zanjábalo todo con un tricornio que remataba vistosa pluma. Usaba de diario su traje oficial, insultando las pelambres lugareñas con su chupetín y sus calzones de terciopelo ajustados á la rodilla por ancho broche de plata, sus zapatos con hebilla de topacio y sus profusas guirindolas. Mas á pesar de tanta riqueza, su tacañería le concitaba el desprecio. Acatábase su autoridad, pero refunfuñando.


Platicaba aquella tarde con el cura, muy fastidiados por la tardanza de la tropa, frente á la casa solariega en cuya esquina su bridón enjaezado de plata y terciopelo befaba impaciente la argentina barbada.

Montonera y realismo entumíanse al influjo de la misma escasez depulsora; pero sin que cejara el entusiasmo patriota. Fanatismo, rencores, fatalidad, todo contribuía á semejante maldición.

No sonaba un paso en los alrededores ni se veía un alma en las calles. La capilla, plaza por medio, exhalaba olores de muladar que la tibieza húmeda del aire les traía con mayor agudeza. Dos