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LA GUERRA GAUCHA

Perfilándose en guardia, semiflexas las rodillas, sosteniendo con la mano izquierda el poncho y sompesando la taba con la derecha en pronación, el que tiraba resistía impasible el bullicio, mientras uno de su bando se comedía á aplanar el sitio que el astrágalo marcaría al caer con su rastro de carnicol. Al fin las apuestas concluían. El jugador enjugaba su diestra en el polvo: empinaba su chambergo; encogía un poco las piernas... y despedía el chirimbolo. Si éste sorteaba, los comentarios; las discusiones si hacía pinitos; si perdía, las disculpas: Claro! Quién iba á jugar con tabas culeras?... Y cuando arribaban los parejeros, cuánto alboroto en la pista! Cuánta apuesta instando á ultranza con puñados de patacones!...

Qué distancia de esas reuniones a tan deslucida jugarreta!...

El del tordillo presentábase á su vez. Sin trámites ni requilorios desensillaron. Aquél se descalzó en un santiamén, ajustó su faja, y tras una caricia á sus lozanos bigotes, saltó á caballo. El viejo ultimaba idénticos preparativos con desesperante pachorra. Invirtió varios minutos en abrochar las pihuelas de su espolín de hierro. Una sonrisa socarrona le enjaretaba las mejillas en el pregusto de su lograda morisqueta. Agachado, chacoteaba al traidor.