igualarlo con un matungo como ese tordillo que eligió.
Efectivamente, los parejeros justificaban cualquier chiste; y el picazo con sus orejas peludas, su cerdeada cola, sus largas cernejas, presentaba la catadura más deplorable. Sin embargo, su reciente pelecha, bien que empañada de polvo adrede; la vivacidad de sus ojos, la delgadez firme de su barriga acusaban una adulteración; pero los maturrangos no entendían jota de aquello, y el bribón del viejo lo explotaba.
Aquel caballo era su "crédito", y con él se había quedado para estar pronto á cualquier evento. Rápido, de aguante, y con vasadura negra que resistía mejor las asperezas. Día por día lo afeaba diestramente, y hasta lo contramarcó, aplicándole caldeada la argolla de la cincha sobre un lienzo enjabonado, para convertirle la marca de media luna en rodela; pero al mismo tiempo compartía con él fraternalmente su maíz y su algarroba; y si en realidad no conversaban, entendíanse á respingos e interjecciones. Todas las tardes se efectuaba aquella comunión de afectos. El hombre llegaba al palenque, pienso y balde en mano. Empinadas las orejas, estreme-