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SERENATA

Forest, Superí y Dorrego,
Perdriel, Álvarez y Pico,
Zelaya, en laureles rico,
Y Balcarce, brotan fuego.
Arévalo, de ira ciego,
Su patriotismo no amaina;
Me han cebado una polaina
Los tales oficialitos,
Y ahora dicen los malditos:
De Tucumán es la vaina.


Las nubes, reteniendo su carrera, soldábanse en témpanos blanquecinos a través de los cuales amortajaba el paisaje, como leve ceniza, la vislumbre lunar. Una agravación de silencio coincidió con esa atonía gris. La cara del viejo, inmóvil en su éxtasis, tomaba la misma lividez del firmamento; y en la serenidad de cien leguas que rodeaba el paraje, la glosa concluía petulando travesuras, al compás del bordoneo que se desgranaba denso y mate como una gotera de agua hirviendo sobre un reseco piso:


Por fin ese regimiento
Llamado número uno,
Me ha dado duro escarmiento.
Y es tanto mi sentimiento
Que ya existir no quisiera,
Pues la fama vocinglera