la copla que aleteaba en torno de su cabeza, y permaneció cruzadas las manos, subrayada la nariz por una sonrisa. Las sombras de las nubes pasaban sobre su rostro como telarañas. En las habitaciones, tras las puertas entornadas ahora, parpadeaba un candil; crujían enaguas, oíase trastornos de menaje, cuchicheos de las mujeres que se arreglaban preparando a la vez el mate, con cautelas premiosas. Mientras, el payador proseguía:
Ahora se veía bien la faz del cantor —picada de peste, oblicuos los ojos, ralo el bigote de mestizo. Su camisa arremangada descubría los venudos brazos; y el calzoncillo, muy corto, desnudaba desde la escamosa rodilla al pie. Varias cicatrices bordaban aquel semblante. Rastros de turbulentas payadas en que el vencido dejó por los suelos fama y tripas; rúbricas de empresas célebres para