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SERENATA

pujaban á los promontorios sombrías eflorescencias de tapioca, casi instantáneamente ahogados en la expansión de grandes borrones cuya movilidad engendraba aquella orografía negra, aquel derrumbre de árboles prodigiosos y cargas de nieve que algún desnivel de los cielos amontonaba en el camino de la luna.

Luego, toda esa inmensidad declivó al horizonte. Como bajeles desancorados, con lentitud majestuosa, las nubes partieron esmaltándose de plenilunio ó proteizando sobre la marcha sus siluetas. En copos desflocados, en lanosas gibas, fraccionose su deleznable grandeza. La luna bogaba en su soledad magnífica por una confluencia de luminosos piélagos, vulnerando en parábola de quimérico proyectil aquella fantasmagoría que el horizonte enterraba como una fosa.

El cantor, siempre á gatas, llegó por fin junto al lecho del anciano; enderezose colocando su pie izquierdo junto al cabezal, y á vuelta del ademán con que se empinó el chambergo sobre la nuca, el canto empezó:


Ahí te mando, primo el sable;
No va como yo quisiera:
de Tucumán es la vaina
Y de Salta la contera.


Dulcemente, el dormido abrió los ojos, sonrió á