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LA GUERRA GAUCHA

confirmarlo con la luna. Allá arriba librábase en silencio un combate entre el astro y las nubes. Profundizaban éstas sus moles con la grandiosidad de una selva, virando deslizamientos sobre resbaloso cristal. La luna flotaba en un claro que por contraste con el inmediato candor parecía un remanso negro. Desmoronó al pasar uno de aquellos rocallosos picos, descubriendo terrones de plata; se sumergió en la abundancia brumosa, desvelose á medias entre turbios vahos, se hundió de nuevo y por fin corrió hacia una infinitud de vago celeste, rodando por el borde de una nube como una perla de hielo sobre el bozo de un cisne. La escena modificábase sin cesar. Las nubes, bajo la incidencia luminosa, pasaban del gris torcaz al blanco de magnesia. En ciertos bordes exaltábase el esplendor hasta un matiz azul eléctrico, opalizándose en trémulas ternuras de cuajadas. A ratos la luna retraíase en una serena latitud; mas á poco regolfaban desde el horizonte vedijas pardas, que aproximándose á ella cobreábanse levemente; alcanzaban una traslucidez de alumbre y verdegueaban por último hasta pasar frente al astro, iluminándose de argentina escarcha las unas, otras conservando su opacidad entre espejos de lóbrego azogue.

Aludes sin eco rodaban por las planicies celestes; copas de robles fantásticos se retorcían. Sobre-