mas las montoneras organizadas á gran prisa, no aguardaban.
Ocurriósele entonces una idea al payador. El patrón gustaba mucho de los versos; él traía consigo su guitarra y en su repertorio unas décimas, las favoritas de aquél. Décimas patrióticas compuestas cuando las victorias de Tucumán y Salta para glosar una epístola de Goyeneche hallada en los bagajes de Tristán, y en la cual anunciaba éste el envío de un sable cuya vaina requería compostura. Despertarían al anciano con un rasgueo de vihuela y el primer pie de la glosa, convirtiéndola en serenata de despedida.
Aprobaron el expediente, así sacarían caballos y bastimentos para el viaje. Entre sonrisas, bajo los alones de sus chambergos, idearon la conjuración. Desenvolvieron la guitarra que venía en un poncho, á resguardo del sereno; y acuclillándose, con dos tientos ágiles como suspiros, el mozo afinó en temple del diablo para cantar su glosa. Crujieron las clavijas, murmuró una nota que se descolgó por la cuerda como una arañita, y un momento después el payador alcanzaba la cuja donde su patrón dormía con la nobiliaria nariz vuelta hacia el firmamento.
Un gallo cantó en ese momento la media noche, y por instinto los caminantes alzaron la vista para