seguían cayendo en el seno de la amante como gotas de perfume amargo. Vida tras vida, todas se le consagraban en ellos. En nombre de la patria, cuya grandeza resumía, aceptaba esa oblación de existencias. Los labios vibraban de unción y respiraban entusiasmo. Santificábanla esas bravuras que de ofrenda le imponían en el pecho sus devotos. El cielo con sus nubes, la tierra con sus montes, componían el altar de su triunfo. El alma de tal tierra, la luz de semejante cielo, la abnegación de aquellos combatientes, substanciarían el ser que procreado en calipedia heroica, iba a encarnar en el suyo su prez como garante de prosapias ilustres.
Frisaban la seda del corpiño los foscos bigotes. Los corazones desbordaban como vasos rebosantes en inseguras manos, y el ¡viva la Patria! en que se vertieron, participó del rugido y del sollozo, cuando el jefe, con brusco ademán, blandió la hoja empañada de alientos.