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JURAMENTO

simbolizaría en los combates, con su nombre en los labios morirían, y para demostrárselo mejor, á ella en persona la jurarían por bandera.


Desmontaron junto con la partida, y el jefe cruzó su espada sobre el pecho de la patrona.

Uno á uno, los montoneros depositaban sobre la hoja el solemne beso que en una brumita pasajera se desvanecía. Y á través del acero, la bandera viviente sentía en sus entrañas el magnetismo de esos espíritus, como una concepción. La misma castidad de aquellos ósculos que implicaban un compromiso de muerte, añadía á la ceremonia algo de terrible. Ya herida por el amor, tantas emociones la vencían. A cada beso un alma oscura entraba como soplo de huracán en su ser desfalleciente. De sus ojos, sin una palpitación, sin un suspiro, se deshilaba el llanto. Por instantes revertíale de adentro un borbollón de orgullo. La proximidad del amante circundábala de fortaleza. Pero otras almas venían a juramentarse en ella, otras, otras, y el endeble ser rebosaba de nuevo en llanto.

El silencio que la escena producía, solemnizábase ganando con su emoción al oficial. Por la cinta de acero corrían de corazón á corazón efluvios en que la esencia de dos vidas se sublimaba. Y los besos