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como al festín que celebrarían su boda. Echaban el resto ese día en tientos y chapeados. Así, no más, no se asistía á suceso de tal calibre!

Y empezaban los comentarios:

Por eso, desde que convaleció el herido, la señora se enrulaba el pelo sobre la frente. Seña mortal!

Qué ojo el del godazo! Godo?... no; americano, de Lima. Y la patrona se acordaría del refrán:


Ah Lima,
Quien no te conoce no te estima.


¡Caramba con la patrona, qué conquista! ¡Un jefe nada menos para los hijos del país! Ché, y jinete que no parecía peruano! Con su labia y sus quereres trastabillaba cualquier corazón. Y eso que la patrona no se la daba por un real menos.

Ahora, qué crías de mi flor las que irían a sacar! Si no nacían obispitos ó coroneles... Porque machitos serían, á buen seguro, dado que en el tiempo de guerra multiplican los varones.

En la finca, al paso que funcionaban los osladores, íbase machacando en confección de potajes las alcamonías cuyo buen olor anticipaba suculencias. Otros mosqueteros acudían. Un viejo que siempre montaba en macho, con la mayor de sus hijas, doncella esquilimosa á quien achacaban