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LA GAVIOTA.

de mal humor; los niños abandonados y llorosos, los criados atravesando con angulosos pasos la cámara, para llevar á los pacientes té, café y otros remedios imaginarios, mientras que el buque, Rey y señor de las aguas, sin cuidarse de los males que ocasionaba, luchaba á brazo partido con las olas, dominándolas cuando le oponian resistencia, persiguiéndolas de cerca cuando cedian.

Paseábanse sobre cubierta los hombres que se habian preservado del azote comun, por una complexion especial, ó por la costumbre de viajar. Entre ellos se hallaba el gobernador de una colonia inglesa, buen mozo y de alta estatura, acompañado de dos ayudantes. Algunos otros estaban envueltos en sus mackintosh, metidas las manos en los bolsillos, los rostros encendidos, azulados ó muy pálidos, y generalmente desconcertados. En fin, aquel hermoso bajel parecia haberse convertido en el alcázar de la displicencia.

Entre todos los pasajeros se distinguia un jóven como de veinte y cuatro años, cuyo noble y sencillo continente, y cuyo rostro hermoso y apacible no daban señales de la mas pequeña alteracion. Era alto y de gentil talante; y en la apostura de su cabeza reinaban una gracia y una dignidad admirables. Sus cabellos negros y rizados adornaban su frente blanca y majestuosa: las miradas de sus grandes y negros ojos eran plácidas y penetrantes á la vez. En sus labios sombreados por un ligero bigote negro, se notaba una blanda sonrisa, indicio de capacidad y agudeza, y en toda su persona, en su modo de andar y en sus gestos, se traslucia la elevacion de su clase y la del alma, sin el menor síntoma del aire desdeñoso, que algunos atribuyen injustamente á toda especie de superioridad.

Viajaba por gusto, y era esencialmente bueno, aunque un sentimiento virtuoso de cólera no le impidiese á estrellarse contra los vicios y los extravíos de la sociedad. Es decir que no se sentia con vocacion de atacar los molinos de viento, como don Quijote. Erale mucho mas grato encontrar lo bueno, que buscaba con la misma satisfaccion pura y sencilla, que la doncella siente al recoger violetas. Su fisonomía, su gracia, la soltura con que se embozaba en su capa, su insen-