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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

mas y dramas que aún no se habían escrito, que yo no escribiría seguramente, que serían la obra, la fama, la gloria de aquel querido amigo de mi infancia, con quien había co- rreteado en la capital de Castilla la Vieja. Hasta entonces le quería; desde aquel mo- mento le admiré y le tuve por un oráculo, sin asomos de envidia, porque yo me siento autor de las obras más bellas, de las obras de otros; sé muy bien que no he de escri- birlas nunca, así me conceda Dios mil años de vida, y admiro el numen, que me figuro mío, transmitido á los demás para que no se pierdan mis inspiraciones.

Ya tapaban con ladrillos el nicho, cuando pude estrechar en mis brazos á Pepe. Harto sabía él que mi felicitación era sincera. Dos hermanos no se quieren más. No pude gozar de su compañía en aquella hora triste y fe- liz, de entusiasmo y lágrimas, porque vino Luis Bravo ro endo por entre la multitu con aquellos modos ejecutivos y perentorios que gastar suele, y cogiéndole de la mano le arrastró tras sí. Dijéronme luego que se le habían llevado en coche dos señores de los que ostentaban mejores levitas en el entie- rro. A la salida hube de reparar nuevamen- te en las prendas de vestir, de variedad su- ma, complaciéndome en ver no pocas de peor calidad y ajuste que la mía. Compara- do con algunos que no quiero nombrar, yo estaba deslumbrador. Los mejor trajeados eran Roca de Togores, Mesonero Romanos, Villalta, Julián y Florencio Romea, Carlos