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B. PÉREZ GALDÓS

versos ya los conocerás; se han divulgado por toda España. Al tercer verso, vano remedo del postrer lamento, sentí una emoción tan honda, que tuve que agarrarme al más próximo para no caerme. Yo era un mar de lágrimas. No hacía más que mirar al muerto, que me pareció que pestañeaba. Todos los vivos se llevaban el pañuelo á los ojos. El poeta se fué serenan- do, se fué creciendo; cada vez leía mejor, y cuando concluía nos pareció que llegaba al cielo. El estupor y la admiración se confun- dían con la extremada tristeza del acto para formar un conjunto grandioso en que an- daban la muerte y la vida, la podredumbre y la inmortalidad, la realidad y el arte, to- mando y dejando nuestras almas como ofas que van y vienen, Corrí á dar un abrazo á Zorrilla, de quien soy amigo del alma... Jun- tos estudiábamos en Valladolid la ciencia del Derecho... por los textos de Victor Hugo, Walter Scott y Byron. Pero no pude llegar- me à él, porque un tropel de gente le rodea- ba. En esto, vi que metían en el nicho el ataúd de Larra. El creador de páginas in- mortales se iba para siempre: la puerta ne- gra se cerraba tras él. No era más que un nombre. No lejos de allí, Zorrilla, vestido 1 como yo de prestada ropa, pálido de la emo- ción y del frío, temblaba recibiendo pláce- mes: era un nombre nuevo que allí había sa- lido de la tierra, á punto que el pobre cuer- po del otro entraba. Yo vi en mi mente poe->