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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

querido Fernando, y otra es vivir. (Examine- mos tu asunto quisiste á una mujer; se —ausento de ti; por circunstancias indepen- dientes de tu voluntad, por entorpecimientos de fuerza mayor, obra de la guerra y de contratiempos naturales, no pudiste llegar al lado de la que amabas. Paso tiempo... que ese es su oficio, pasar, pasar siempre, trastor- nando los planes mejor combinados de las criaturas. La niña, que por las trazas no es de esas que están constituídas para largas esperas, se cansó, cosa muy natural, pues cada uno se cansa cuando su temperamento lo dispone. Entre paréntesis, desde que yo la vi en casa de aquella condenada Zahón, que Dios confunda, la tuve por demasiado viva de genio, carácter impaciente, voluntarioso, atropellado. Bueno: pues se canso de espe- rar: eso de tener paciencia ó no tenerla, lo da Dios, hijo. Y como tú no llegabas ni de ti se tenían noticias, otro sujeto, que no debía de ser rana, siguió la doctrina de uno de los siete sabios de Grecia, á quien debemos el gran aforismo: aprovecha la ocasión. Y apro- vechando, aprovechando, ya con ardientes galanteos, ya por otros medios que le sumi- nistró la fatalidad, tal vez por sugestiones e una familia egoista, y resortes de embau- cación y engaño, ó sin engaño, no lo sabe- mos, triunfó, y suyo fué lo que por tuyo te- nías. Bueno, ¿y qué? Esto lo vemos un día y otro. Por tonto y vulgar, el caso ni aun me- rece que se le ponga en verso y en escenas parladas para salir al teatro.