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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

ria por sostenerle aquí. Debe la plaza, según me han dicho, á influencias moderadas. ¡Qué vueltas das, oh mundo! El pobrecito, no sa- biendo ya á qué santo encomendarse, se de- dicó á besar peanas que antes había escupi- do. Ya está haciendo las visitas de despedi- da, con sombrero nuevo y la ropa flamante que pregona su nuevo estado.

De Serrano no sé más sino que estaba en las últimas; mas no por eso menos desolla- dor del prójimo. Desde el día del entierro de Larra, en que cogió un enfriamiento, no ha vuelto á salir á la calle. De tus amigos, el que más veo por ahí es Miguel de los San- tos, á quien prometi una docena de botellas de Jerez, un jamón de Trévelez y una caja de mantequillas de Soria si te escribía una carta contándote los sucesos literarios. Me prometió mandármela hoy para incluirla en ésta; pero dudo que cumpla su compromiso aquel ingenioso y sutil holgazán. A Ventura le he prometido nada menos que una capa nueva, con embozos de terciopelo, si te escri- bía. ¡Peste de literatos! No hay quien haga carrera de ellos. Quéjanse de que las letras nɔ dan para vivir, y se pasan la vida lim- piando con los codos las mesas del Parnasi- Ilo, y ensuciando con sus lenguas las repu- taciones... clásicas. Pero dejemos á los poetas que vivan y rabien, y vamos a nuestro asunto.

La carta que acabo de recibir te me pre- senta volviendo tus ojos á pasado, y yo que tal veo échome á temblar. Mientras no