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B. PÉREZ GALDÓS

lejos el uno del otro, y ello me parecerá me- nos increíble que la noticia de tu casamien- to. ¿Tan persuadida estabas de mi muerte que ni siquiera la pusiste en duda, esperan- do la certificación y seguridades de que yo no existía? Las personas que verdaderamen- te aman, suelen resistirse á creer que han perdido su bien. Aun ante la evidencia du- dan. áciles en dar crédit los anuncios de muerte son los que la desean ó no la te- men. Y si engañada la creíste, ¿no merecía yo que pusieses entre el muerto y el vivo mayor espacio, para que uno y otro no se junten en tus sentimientos? No es bien que anden mezclados en tu corazón la lástima! del que se va con el respeto del que llega. ¿No te confunde, no te entristece que no se- pas distinguir las pisadas del que sale de las pisadas del que entra?

Pero al acusarte sin conocimiento claro de los hechos, me expongo á ser injusto. Perdó- name; que tiempo tengo de acusarte cuan- do sepa qué móviles han determinado este caso inaudito. ¿Eres más débil que culpa- ble? ¿Has cedido á sugestiones cuya grave- dad y fuerza no puedo yo apreciar descono- ciendo los caracteres que te rodean y el am- biente que respiras? ¿Te convencieron de mi muerte, con lo cual, adormecida tu volun- tad, fácilmente la hicieron esclava? ¿A qué artificios del infierno debo esta sustracción infame de lo que me pertenecía? Porque aún están deslumbrados mis ojos con los des- tellos vivísimos de tu entendimiento; aún