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B. PÉREZ GALDÓS

estoy á la mira de lo de La Guardia, y por ahora no hace falta más. Tu confianza en mi es absoluta, ¿verdad? En nuestra infancia, en los primeros años de nuestra juventud, éramos como dos cuerpos con una sola alma. Pues ahora tambien. Te sustituyo en el cui- dado de esta querida criatura, soy tú mis- ma. Convengamos, Pilarica de mi corazón, en que tu discurres, pero no ejecutas; jun- temonos para ser la idea y la acción combi- nadas. Prométeme decirme todo lo que pien- ses y hacer todo lo que yo te mande. Lo pri- mero, que no te olvides del estado de tus re- laciones con Juana Teresa: si hay discordia. y mutuo desvío, quiero saber las causas. Lo segundo, que utilices tus conocimientos pa- ra lograr que los amigos que tiene Fernando en Madrid le escriban de cosas literarias, y que le manden versos, ó prosas el que las haga, y libros, y referencia de teatros ó de autores noveles. Me hacen suma falta ele- mentos de distracción, recreos del espíritu, que son gran medicina, por desgracia esca- sísima en las farmacias de acá. No sabiendo qué inventar para distraerle, pues las cace- rías le aburren y los paseos por el campo y el monte le entristecen más, hemos con- sentido que las niñas organicen una repre- sentación dramática, con otras señoritas y muchachos del pueblo. La obra elegida es El si de las niñas. ¿Te acuerdas de cuando la vimos juntas en Zaragoza veinte años há? ¡Tristes memorias! Aquella noche, de vuelta del teatro, encerraditas las dos en el gabi- i