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B. PÉREZ GALDÓS

quiero cuestiones con Juana Teresa; ya sabes quién es y el genio que gasta. Lastimado su amor propio por la esquivez de la niña de Castro, que no quiso ver en Rodriguito el me- jor de los esposos, no ha renunciado á con- vencer à la que tuvo por la mejor de las nue- ras. Me consta que tanto ella como los Na- varridas trabajan á la desesperada por en- derezar este negocio, llevándolo á la solu- ción que desean. Si de acá echamos nuestro memorial y ellos fracasan nuevamente, ve- rán en nosotros la causa del desastre, y no quiero decirte los disgustos que á Juan An- tonio y á mí nos traerían las iras de Juana Teresa. ¡Pues si ellos ganan la partida y nos- otros nos llevamos el sofión, figúrate...! Un segundo desengaño de esta naturaleza, tan reciente y doloroso aún el primero, no lo so. portaría tu Fernando. Además, la situación moral en que ahora se halla no es la más propia, no, para improvisar matrimonios, ni siquiera noviazgos formales. Pues qué, ¿tie- nes á Fernando por un cazador de dotes; es airoso para tal caballero el quitar tan pron- to la mancha de la mora madura con la ver- de? Ni él está en tal disposición, ni yo, que tanto le quiero, le aconsejaré nunca esas pri- sas para mudar de amor como se cambia de ropa. Calma, y que los sucesos lleven su marcha natural y lógica. Déjalo de mi cuen- ta, que estoy con un ojo en Cintruénigo y otro en La Guardia.

Ya que tanto interés manifiestas en este asunto, infórmame lo más pronto que pue-