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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

querida, que te sustituyo en la vigilancia amorosa, y que no haría más por Fernando si fuese su madre.

No creas: algún trabajillo me ha costado convencer à Juan Antonio de que ningún daño puede ocasionarnos esta buena obra, y sí el beneficio de salvar una vida precio- sa. He logrado catequizar á mi marido, y ya conviene conmigo en que Fernando se lo merece todo. ¡Excelente corazón el de este chico, y qué hermosura de inteligencia! Se resiente de haberse criado solo, consumien- do su propia substancia, sin un cariño ver- daderamente tutelar que le dirija. El brutal desengaño que acaba de sufrir le ha herido en la cabeza y en el corazón. No creas que las huellas de tal golpe se borrarán pronto. Tú cuentas poco con el tiempo, querida Pilar; es tu flaco. En el colegio eras lo mismo: te ponías furiosa, te golpeabas la cabeza cuando no dominabas en un día lec- ciones en que las demás empleábamos sema- nas enteras; entre el pensamiento y su rea- lización pones siempre menos espacio del que pide la realidad. Tu inquietud Ioca es espuela de tu existencia, haciéndote vivir con demasiada prisa, ávida del mañana. Yo te llevo dos años, y según me ha dicho Car- lota Cisneros, representas diez más que yo.

Pues sí: no esperes que á Fernando se le pase pronto el malestar causado por la con- moción reciente. A cualquiera le doy yo un trance de esta naturaleza. El pobrecito ha soportado su desairada situación con verda-