propio, dignidad social? La resignación que me recomiendas no es virtud caballeresca. Suprime la ley de honor en estas sociedades complejas, y que queda? Nada... Te digo que no puede ser. Hace poco creía yo que es- taba de más en el mundo. Hoy pienso que el que está de más es otro. Si uno de los dos sobra, urge que se vaya, que despeje. Pró- ximo está el abismo, y uno de los dos forzo- samente caerá en él.
¡Ay, mi querido Hillo, no estoy contento! Interpreta al revés todo lo que te digo, y lee: «Estoy rabiando, estoy dado á los demo- nios. Quiero engañarme con las bromas ó con las pedanterías que escribo. Pero mi risa, volviéndose uñas, se clava en lo más sensi- ble de mi alma... En verdad, de ayer å hoy soy digno de compasión. Tal es el estado nervioso en que me encuentro, que vivo en perpetuo sobresalto, presagiando mayores desdichas, recelando de todo el mundo, te- miendo las horas que vienen tanto como abomino de las que han pasado. Esta ma- ñana me entregaron una carta que ha traído el correo para mí, y aún no he querido abrir- la: veo, presiento en ella una nueva desdi- cha. Por más que examino la letra del so- brescrito, no puedo adivinar á quién perte- nece. No es la primera vez que veo esa escri- tura; pero todas mis cavilaciones no bastan á descifrar la enigmática persona que se es- conde detrás de aquellos rasgos. Y que se es- conde, divirtiéndose con mi curiosidad y mi turbación, no tiene duda. Es un espíritu bur-