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B. PÉREZ GALDÓS

sido único, Mariano-le dije.-¿Y no te acuerdas del Castellano viejo, ni de la Junta de Castello Branco? ¿Has olvidado las críti- cas de Antony, del Trovador, de Catalina Howard...?» «Si, sí: tienes razón; todo eso fué mío... Pero si los títulos van viniendo á mi memoria, no recuerdo nada de lo que escri- bí debajo de ellos. La pólvora mata la me- moria... ¿no crees tú? ¿Qué medicina hay 1=*. para esto?» Al decirlo tocó mi mano, y el frío intensísimo de la suya, que más que mano de hombre era un témpano de hie- lo, me comunicó un temblor convulsivo, agónico.

Ya puedes comprender que desperté con aquel frío glacial. Así terminó la idolopeya, que fué seguida de un desvelo enojoso, por- que habiéndoseme caído, con las vueltas que dí, la colcha que me abrigaba, tuve que salir del lecho para buscarla á tientas y ponerla en su sitio, y creyéndome, aun des- pierto, en presencia del tan infeliz como glo- rioso escritor, continué angustiado, febril y tembloroso toda la noche... A cada instante temía ser sorprendido por la idolopeya de mi grande y simpático amigo D. Beltrán; pero no vino el buen señor, á quien sin duda ha dado Dios por premio de su trabajosa vida un hondo, inalterable descanso.

Lunes. Hice propósito esta mañana de romper lo que ayer te escribi de mis sabro- sas pláticas nocturnas con las ánimas del Purgatorie; mas luego he pensado que no * merecen estas aberraciones de nuestra men-