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B. PÉREZ GALDÓS

Allá te van, pues, los pormenores que me pedías. No te quejarás ahora: bien explícito he sido, y bastante carne y hueso, despojo de mi disección lastimosa, te mando en es- tos renglones. Entierra toda esa miseria. Que sólo la vea quien verla debe y apropiar- se los dolores que llevan esos pedazos de mí mismo. Vive y triunfa. Otro día espera ser menos tétrico tu infeliz amigo-Fernando.

VII

Del mismo al mismo.

Marzo.

Desocupado sacerdote: Sabrás que anoche se me apareció Larra, quiero decir que soné con él ó que se me apareció en sueños, que es lo mismo. Era el Larra que conocí y tra- té hace año y medio, antes de su viaje á París. Vino á mí en un bosquecito próximo á esta casa, en el cual suelo pasar algunos ratos divagando, y se mantuvo á distancia de cuatro ó cinco pasos, mirándome con la fijeza que á sus amargas bromas precedía comunmente. No le veía yo más que medio cuerpo, de la cintura para arriba; en su cara no había más alteración que el crecimiento de la barba. Ignoro si al morir era más bar- budo que cuando le conocí. Su boca entre- abierta dejaba ver los dientes ennegrecidos, y lo blanco de sus ojos amarilleaba más de