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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

del mareo. Puse el pie en tierra, ó sea en la calle, arrancándome del corazón con vigo- roso esfuerzo la raíz doliente. ¡Ay, cuánto dolía! Uhagón, que en aquel trance me de- mostró leal amistad, aconsejóme que diese por terminado aquel asunto, y lo enterrara antes que sobreviniese la descomposición, echándole encima la mayor capa posible de olvido. Esto no era fácil; mas lo intenté, y empecé á arrojar sobre mi fosa puñados de tierra. El cadáver no se cubría, y pasados dos días de estos esfuerzos por taparlo, aso- maba todo entero y aun parecía que resu- citaba. Decíame constantemente Uhagón, deseoso de mi alivio, que no pensase en más averiguaciones, y abandonara mi loco propósito de perseguir á los recién casados para obtener una explicación de su trai- dora y desleal conducta. Hizome ver la fuer- za que al complot de los Negrettis debió dar mi prolongada ausencia, la falta siste- mática de noticias de mi persona. De la in- dudable virtud de estos argumentos, obtuve más y más tierra con que llenar el fúnebre hoyo. Al propio tiempo, no dejaba de com- prender que mi situación iba entrando en el período de ridiculez; que la monotonía de mi desesperación lúgubre comenzaba á ser enfadosa en los círculos que yo frecuenta- ba. Disimulé por el pronto. El carácter de Werther sin suicidio no me convenía en mo- do alguno, ni era papel airoso para ningún cristiano. Nunca he gustado de los llorones: yo lo fui tan poco tiempo, que no llegué á