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B. PÉREZ GALDÓS

jome, al bajar la escalera, que Ildefonso Negretti, paralitico, desquiciado de la vo- luntad y el entendimiento, era hombre al agua. Con esta noticia empecé á recibir luz, confirmándome en la existencia del complot doméstico. Aquella misma noche supe que la muñidora del precipitado casorio había sido la esposa de Negretti, marimacho arris- cado y astuto que lleva el nombre de Pru- dencia.

No me satisfacían estas claridades, harto tenues, que arrojando iba el trato de diferen. tes personas sobre el obscurísimo problema, y al siguiente día, después de una noche de horrible insomnio y tensión de nervios, volví al maldecido almacén de Arratia, donde en- contré á un joven llamado Martín, que me saludó tímidamente, y con voz temblorosa repitió que él también se lavaba las ma- nos, que allá lo habian compuesto los ma- yores de la familia, y que los recién casa- dos, con el padre de Zoilo y los tios Ildefon- so y Prudencia, no se hallaban en Bilbao. Repitió sus cortesanías, dictadas por el azo- ramiento y turbación que embargaban su ánimo, y me despidió entre paquetes de cla- VOS y hediondas breas, incitándome á tener paciencia, á lavarme también las manos, como se las había lavado él... y ofreciéndo- me su inutilidad para cuanto en Bilbao se me ocurriese. Secamente le di las gracias, y salí de la horrenda casa, tan semejante por su ahogada estrechez á la bodega de un bu- que, que me faltó poco para sentir los efectos