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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

y caigo otra vez en la cavilación tétrica que me los sesos. ¿Querrás creer, mi amigo, que á la hora presente no he podido dilucidar el punto más obscuro de aquel des- enlace funestísimo? Todavía ignoro si la trai- ción fué consumada por la propia voluntad de la persona en quien creía yo como en Dios, o si debo ver en ello una tenebrosa con- jura doméstica seguida de catástrofe, en la cual hay dos víctimas: ella y yo. No es la primera vez que ocurren estas coacciones monstruosas, confabulándose diversas perso- nas para someter el albedrío de un sér débil, sin escatimar ningún medio: la mentira, el terror, las promesas falaces... Esta idea me hace llevadera mi desdicha. Pensando cons- tantemente en ello, reconstruyo con segura lógica el plan y conducta de los Arratias: les veo desarrollando su odiosa maquinación con astucia mercantil, tan parecida á la di- plomática. Maestros en el engaño, ávidos de absorber el patrimonio de Aura para restau- rar su decaído crédito comercial, basan su horrible intriga en la impostura de mi muer. te, que ellos propalan y atestiguan no sé por qué procederes indignos. Conseguido el ob- jeto capital de mandarme al otro mundo, pro- siguen en éste su designio, ejerciendo sobre la desgraciada niña una sugestión infame. Imagino mil modos y estilos de engañarla, á cual más extravagante y malicioso. No te los refiero, porque te horripilaría la fè- cundidad de mi entendimiento para estas hipótesis de la humana perfidia. Prefieres,