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B. PÉREZ GALDÓS

nes ya revuelto en la casa, suspendidos los trabajos de arquitectura teatral y de estudio de papeles, la vida de todos amargada y des- compuesta, los pequeños recaídos en sus en- fermedades, un trasiego continuo de medi- cinas de la botica á la casa, alteradas las horas de comida y cena, y sobre esto el cha- parrón de visitas de pésame. Maltrana y yo emos tenido que vernos enfrente de innu- merables caras compungidas, de levitones negros, y de manos que se llevaban el pa- ñuelo á los ojos. Me ha causado inmensa pe- na el fin desgraciado del gran prócer y li- bertino, que no se decidía, no, á una jubila- ción honrosa. Ha sido preciso que le fusilen para hacerle soltar el papel de caballero pródigo, de viejo galán incorregible. Le que- ría yo de veras, y el á mi mucho más de lo que merezco. Me tomó un afecto semejante al tuyo; fué también mi Mentor, y me dió consejos sapientísimos que no seguí. ¡Pobre D. Beltrán! Gozó setenta y ocho años de vida. Lástima que no haya dejado Memorias es- critas, que serían el más ameno libro del mundo: infinitos ejemplos que no te digo sean ejemplares, pero sí divertidísimos, re- bosantes de humanidad, de gracia, de aroma de flores, de incienso cithereo... no sigo, por no enfadarte...

Hoy estoy de malas. La murria, que ha- bía conseguido disipar dejándo me querer de esta noble familia, ha vuelto á meterse en mí, negra, sofocante. La noble familia, más atenta á su dolor que al mío, me deja solo,