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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

acabaré, en parte por consunción, en parte suicidándome con la espada siniestra de las guerras civiles.» Si tuviéramcs buenas esta- dísticas, se vería que ahora muere más ju- ventud que antes. ¿Y qué me dices de la fa- cilidad con que los chicos chicas y que han sufrido algún desengaño siguen las huellas del joven Werther? ¿Pues y la guerra civil, esta sangría continua, est prisa que se dan unos y otros á fusilar rehenes y prisioneros, como si cobraran de la tierra ó del negro- abismo un tanto por cadáver? ¿No es esto, en la vida española una instintiva querencia del aniquilamiento? No te rías... Yo aplico mi oreja á la raza, y la oigo decir: «Puesto que ya no sirvo para nada, quiero darme á la tierra.» Si no piensas como yo, no me im- porta, ignaro capellán.

Pues sabrás que las niñas de Maltrana, á quienes sus padres no niegan ningún espar- cimiento de buen gusto, han dado ahora en la flor de representar en casa una comedia ó drama, distribuyéndonos los papeles entre todos, según las aptitudes escénicas de cada uno. Se me ha encargado de dirigir la cons- trucción del teatro en la más grande pieza de la casa, y asistido de un carpintero y pin- tor de brocha gorda, daré hoy comienzo á mi tarea de armar bastidores y el tablado, y la batería de luces, y todo lo demás que constituye una perfecta escena. La obra ele- gida por las niñas es El Trovador, ¡ay de mí! Están locas con ese drama. Lo han leido no sé cuántas veces, y se lo saben de memoria.