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B. PÉREZ GALDÓS

Vuelvo á mi asunto para decirte que mi temor de la desgracia de estas niñas no es infundado. El hijo mayor de Maltrana murió tísico en Madrid hace tres años, contando diez y siete, y aquí tienes explicado el abo- rrecimiento de Valvanera á esa Vilia y Cor- te. Los otros hijcs son tres, varones y peque. ñuelos, el mayor de diez años, el chiquitin de cinco. Su raquitismo, malamente com- batido con la vida del campo, con los conti- nuos paseos, el estudio y cuidado que en ali- mentarles se emplea, es el tormento de sus padres. Son inteligentes, muy desarrollados de cerebro, zanquilargos, flacuchos, y tan propensos á los enfriamientos, que es gran felicidad que no estén constipados. Siento una pena indecible ante estas tres criaturas: en sus rostros, como en el de sus hermani- tas, veo la fúnebre sentencia, que les conde- na á seguir los pasos precoces del primogé- nito hacia un mundo que llamamos mejor antes de conocerlo. Yo tengo mis dudas; sólo afirmo que peor que éste no puede ser... Pues para mí no hay mayor confusión que esta descendencia menguada y enfermiza, siendo Maltrana un hombrachón vigoroso, que se precia de no haber padecido en su vi- da ni un dolor de cabeza, y Valvanera una mujer saludable y fuerte, aunque algo seca de carnes. Será una manifestación aislada, como otras mil que vemos, del cansancio y pesimismo de la raza española, que indómi- ta en su decadencia, dice: «Antes que me conquiste el extranjero, quiero morirme. Me