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B. PÉREZ GALDÓS

alguna niña con alas, digo como el loco: «Guarda, que es podenco.>>

Han hecho los Maltranas cuanto en lo hu- mano cabe para dar á sus niñas, en la es- trechez de esta vida rústica, la educación que á su clase corresponde. Un aya francesa las acompaña constantemente y les enseña idiomas y el código de las etiquetas socia- les; un preceptor les llena la cabeza de prin- cipios científicos y de conocimientos históri- cos; un maestro de música traído de Zarago- za, y otro de baile que de Bilbao viene por temporadas, las instruyen en las artes lla- madas de adorno; y con esto y el cuidado de su buena madre, serán dos mujercitas bien dispuestas para la vida en altas esferas. ¿Cuál será su suerte? Presumo que no ha de ser buena, y me contrista verlas tan gozo- sas de la vida presente, desconociendo la verdad de la humana desdicha. Las casa- rán con mayorazgos de campo, con militari- tos bien apadrinados que lleguen pronto á generales, quizás con algún titulo de Ma- drid, y en cualquiera de estas posiciones se- rán desgraciadas, contribuyendo á ello su educación misma, que les abre los ojos á to- da la miseria y podredumbre del cuerpo fo- cial. ¡Venturesos los ignorantes, los que se mantienen del fruto que arrancan de la tie- rra ó que extraeu del mar! Sí, sí: estoy pesi- mista, mejor dicho, lo soy, y todo lo veo ne- gro, no porque finjan caprichosamente la ne- grura mis ojos turbados, sino porque lo es. Sí, querido capellán, todo es del color de tu