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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

vida de chateau, esta aristocracia labradora, á la extranjera, porque, pásmate, el vivir un noble en sus propiedades rurales ha venido á ser rareza exótica y hurañía extravagan- te... Paréceme que al llegar aquí dirás que me estoy poniendo enfadoso con esta novi- sima postura, que creerás afectada, como en- tusiasmo caprichoso semejante al furor de las modas. Piensas que distraigo mi hastio aficionándome á lo que en elegancias se lla- ma la última. No, hijo, no: es viejo-en-mi el gusto de la nobleza campesina, una de las hermosuras que vamos perdiendo, para con- vertirnos todos en desabridos señoretes de la Corte. Pero no sigo, no. Te veo haciendo gui- ños, deseoso de que te hable de cosas más gratas, y á ello voy, clérigo; aguarda un momento. Conociendo tus aficiones, te pon- go delante á las dos niñas de Maltrana, Nicolasa y Pepita, tiernas y lánguidas co- mo á ti te gustan; desaplicadas, para que sus encantos sean mayores; rebeldes á la educación clásica; la una de diez y seis años, de catorce la otra; inflamadas ambas en el santo horror de la Gramática y de la Arit- mética; delirantes por el baile, por las co- mediis, que apenas han visto; por la socie. dad, que desconocen, pues sus iguales no existen por acá; inocentes aún y cerradas á toda malicia, ¡Dios así las conserve!; obe- dientes á sus padres y de correctísima crian- za moral; bonitas, algo traviesas y jugueto- nas, y no las llamo ángeles porque descon- \ fío de los ángeles terrestres, y cuando veɔ