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B. PÉREZ GALDÓS

campesino y la singular majestad que dan la cuna y la educación esmeradísima. Doce años hace que vive aquí. No echa de menos el bullicio de Madrid ni la elegancia pari- siense; adora la residencia obscura donde ha criado á sus hijos, y comparte con su marido el gobierno de una inmensa propiedad. Sue- len bajar á Burgos por temporadas, y á Bil- bao algún verano. Viven como principes; se sienten superiores á los que gastan su exis- tencia y sus riquezas en las grandes ciuda- des, con escaso provecho del espíritu y fu- gaces placeres. Esta nobleza campesina se va concluyendo, mi querido Hillo, por la concentración de las principales familias en las llamadas cortes. Permanecen desperdi- gados en las villas algunos hidalgos adheri- dos al terruño, tan ordinarios ellos como sus esposas, atacados ya de la nostalgia de los centros populosos. El día en que se queden solo3 en el campo los pobres colonos y culti- vadores de la tierra, vendrá la consunción nacional. Por esto admiro á Valvanera, que notando en su esposo cierta tendencia centri- peta, trata de retenerle; ella es centrifuga, un tanto melancólica por la influencia de las soledades agrestes. Te aseguro que yo tam- bién me voy volviendo centrifugo. Por de pronto me hallo muy bien aquí, y tendigo la mano que me ha confinado en este dulce presidio.

Bueno, bueno, mi querido Hillo... ¿de qué estábamos hablando? ¡Ah! ya me acuerdo: de que me gusta el sosiego campestre, esta