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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

unos tiempos en que la política es el arte de un conversar ameno sobre todas las cues. tiones. Desea el hombre ser diputado, y lo será; y si no se planta en los primeros pues- tos, tampoco se quedará en los últimos. Pa- ra dártele á conocer físicamente, te diré que se parece bastante á Salustiano Olózaga, pero con más años: la misma hermosura de ojos; talla y aire majestuosos, cierta presun- ción ó contento de sí mismo, don de gentes, cortesía exquisita.

De su mujer te diré que sin ser muy her- mosa que digamos, cautiva más que si lo fuera, por su gracia, su afabilidad, su seño- río, maravillosamente fundido con la llane- za. Como no la conoces, amado clérigo, no has visto la encarnación del buen gusto: eso es Valvanera, el buen gusto convertido en mujer, digo, en señora, pues no hay otra que mejor merezca tal nombre. Hasta en los actos más insignificantes se revela su cua. lidad suprema, el don de la forma. Me en- canta verla dar de comer á sus hijos peque- ños; si la oyes reñir á su criado, quisieras ser tú el reñido; y si por algo te reprende, no tienes más remedio que darle las gracias. Creerás que es una señora de pueblo, de esas que á la ranciedad de la nobleza y de las cos- tumbres unen la tosquedad que da el vivir constante en villas de corto vecindario. Pues te equivocas: nacida en noble cuna, educada en los mejores colegios de Francia, Valva- nera es verdadera castellana en el sentido feudal de este término; verás en ella el aire