Página:La estafeta romántica (1899).djvu/35

Esta página no ha sido corregida
31
LA ESTAFETA ROMÁNTICA

brás silbado, porque lo merece, como final sin lucha, sin solución ni catástrofe, termi- nado en las tablas por un monólogo de des- esperación, mientras dentro suenan voces y cantorrios de epitalamio... Ya habrás com- prendido que no me pegué el tiro mortal ni tuve intención de ello... Y á propósito, hom- bre: cuéntame lo del pobre Larra, Algo más habrá de lo que se dice por aquí. ¿Fue por la de C...? Y en el entierro, ¿qué? ¿Fuiste tú? Mándame los versos de ese nuevo pceta.

Quedamos en que mi tristísimo y pedestre desenlace so guarda, por ahora, inédito. Ya me lo he silbado yo. Guarda tus pitos para mejor ocasión. Y por que no te quejes de mí, satisfaré tu curiosidad, más de monja que de clérigo, dándote noticias de la hidalga familia en cuyo seno he rendido mi volun- tad, obediente al supremo mandato.

Al ir hacia Bilbao... y más me hubiera valido meterme en el mismo Averno, hice co- nocimiento con esta noble familia. Llevóme á su casa de Medina de Pomar el papá de la señora, D. Beltrán de Urdaneta, cuya intere- santísima figura histórica y social te descri- bi ligeramente en mi primera carta de Bal- maseda. Obsequiado fui entonces por el se- ñor Maltrana y su esposa, moviéndoles á ello el cariño que me tomó el primer caba- llero de Aragón, á quien entré por el ojo de- recho; pero mayores han sido ahora los aga- sajos, sin que pueda de tales extremos dar- me explicación: para encontrar alguna, ten- go que recurrir al misterio que me rodea