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B. PÉREZ GALDÓS

Sí, sí, mi amado sacerdote; esta bribona de mi voluntad ha de pagarme la que me ha hecho: condenada la tengo á desempeñar por ahora en mi vida un papel semejante al de los diputados que no dicen más que sí y no, según las órdenes del Gobierno. Y que no me va mal, gracias á Dios, en el nuevo régimen de mi pasividad ó vida boba, pues en este Limbo en donde la autoridal me con- fina, estoy á qué quieres boca, tan mimadi- to y agasajado, que sería yo la misma in- gratitud si me quejara.

¿Y ahora sales, ¡oh amigo maleante! con la gaita de que te cuente los pormenores de mi atroz caída y de la catástrofe de mis ilusiones? Francamente, me encuentro muy tranquilo en este descanso, y no me hace maldita gracia volver sobre sucesos que más son para olvidados que para referidos. Aún no se ha disipado la turbación que en mi alma produjercn, ni el despecho renco- roso, ni la vergüenza, que vergüenza he sentido y siento de tan inaudito desaire. ¿Pero tu qué entiendes de estas cosas, hom- . bre solitario, apartado por tu ministerio de la mala compañía de las pasiones? Si en ello insistes, y á todo trance quieres que yo mis- mo te pinte mi caricatura, lo harẻ; mas deja que mi espiritu se sɔsiegue, y que mi amor propio se cure sus heridas, ya que va mejo- rando de las magulladuras y cardenales. Conténtate en estos días con lo que desde Balmaseda te escribí, dándote la triste sin- tesis del desenlace de mi drama, el cual ha-