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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

rer atar el cabo de la muerte del satirico madrileño con este otro cabo suelto de acá. Creía yo que las mismas causas podían dar los mismos efectos; pero mirándolo bien, hay menos semejanza entre los dos de lo que á mí me parecía. El de Madrid usaba, en efec- to, nombre de un barbero para firmar sus ro- manticismos prosáicos. Demetria, que con- serva todos los libros de la biblioteca de su pobre padre, à quien en otra forma mató el romanticismo, ¡Dios le tenga en su santà gloria! esta muy enterada de todo esto, y di- ce que el difunto suicida era un hombre que con su propio pensamiento, como la cicuta, se amargaba y envenenaba la vida. A este propósito mostró Demetria un libro ya por ella leído, y que pensaba leer de nuevo, en que otro romántico de los más gordos pone el ejemplo del enamorado que se mata por tener la novia casada. Llámase Las Cuitas del joven Uberte, ó cosa asi, y ello es una historia muy sentimental y triste, porque el hombre no se conforma con su suerte, y está siempre buscándole tres pies al gato, hasta que le da la idea negra de pegarse un tiro, lo cual debo condenar por garrafal tontería, á más de condenarlo por pecado execrable. ¡Vaya unas abominaciones que se escriben! Tu suegro debió de conocer al autor de este libro, un tudesco de nombre muy atravesa- do, que parece vizcaíno, así como Goiti ó Goitia. Entiendo yo que Demetria ve más emparentado al D. Fernando con el perso- naje de esta historia, fingida ó real, que con