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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

quizó para llevársele á la Encomienda, y allí está. Yo me vine de Carabanchel al día siguiente de su partida, y dos después se me presentó aquí tu padre, á quien recibí como puedes suponer, no vacilando en se- guir tu consejo de informarle de todo. Me ha dado ánimos, y asegura batiendo palmas que me prestará su eficaz ayuda con alma y vida. ¡Pobre D. Beltrán! Viene cansado, muy mal de la vista; pero con el espíritu más des- pierto que nunca, el corazón henchido de be. nevolencia, y en todo el esplendor de su in- genio chispeante, peregrino. En cuanto se reponga, te le mando allá. Volviendo á Felipe, te diré que su profun- do abàtimiento, su inmensa turbación con formas de cristiana humildad, me han tras- tornado a mí de un modo que no puedo ex- presar. Cree que á esto debo los días más tristes y angustiosos que he pasado en mi vida. Lo que me atormentó mi conciencia culpándome de tan terribles males, no es fácil decirlo con palabras. Me creía mu- jer perversa, indigna de perdón, justamente condenada á crueles martirios en esta vida y en la otra. Por fin, mi alma ha recibido consuelo; me lo trajo el buen Cortina, que vino ayer de la Encomienda con la definitiva sentencia del dueño de mi destino.

Felipe me perdona, deplorando que en tantos años haya escondido este terrible se- creto por miedo á sus rigores. Sin dejar de comprender cuán dificil era mi revelación, siente que yo, con mi silencio, haya malo-