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B. PÉREZ GALDÓS

tro de algún tiempo, previas las gradaciones y habilidades convenientes, viva con Fer- nando fuera de Madrid. ¡Ay, que felicidad, qué descanso tan dulce al término de este fatigoso viaje de mi vida!

Has de saber ante todo que Felipe ha mos- trado una grandeza de alma que nunca creí pudiera existir en él. ¡Vaya, que preciarme de tan lista, serlo efectivamente, haber cul- tivado en secreto las dotes de mi inteligen- cia, la observación y estudio de caracteres, y no haber comprendido la grandeza de exte hombre! Pero no es culpa mia que dicha virtud no se haya revelado hasta que se planteó la magna crisis. Las almas desvir- tuadas por el artificio social no se descubren en su intimo sér sino cuando las agitan gra- ves problemas emanades de la Naturaleza. Sin las sacudidas del cataclismo, no es fácil que se descuajen los caracteres de forma- ción apelmazada y dura. ¡Cómo nos eter- nizamos en nuestros errores, mayormente i cuando no seguimos el camino de la ferdad y vivimos en un mundo de mentiras y disi- mulo! Comprenderás que mi dolor ha sido inmenso al ver el de Felipe en los primeros días, y después su resignación y calma su- blimes. Todo lo he visto de lejos y en ace- cho, querida mía, pues desde la operación quirúrgica no ha mediado una sola palabra entre él y yo. Quebrantada su salud grave- mente; envejecido en pocos días, cual si so- bre su cabeza recayera en un día el peso de quince años, su primo San Quintin le cate-