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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

ción ó trastrueque de nombres. Bueno y sa- no estaba el prócer en Utiel y muy consi- derado de Cabrera, que le sentaba todos los días á su mesa y no hacía nada sin consul- tarle. Incluyo la carta de Pulpis para que ustedes gocen en su lectura y lloren sobre ella de alegría, como he llorado yo. Esta re- surrección de nuestro anciano viene á con- firmar la idea que con tanta gracia como te- són solía manifestar, y era que él tenía he- cha la contrata ó asiento de un siglo de vi- da, y que, por tanto, lleva forrado el cuerpo con una costra de confianza que no traspa- san balas ni epidemias. El cólera le mira con miedo, y la muerte vuelve la vista cuan- do á su lado pasa. ¡Viva, pues, D. Beltrán, y viva con su pepita, con los defectillos y púas de su carácter, los cuales no empecen para que le admiremos y le queramos todos. Bien sé que ustedes le adoran. ¿Cómo no, si es tan bueno, aunque pródigo? Y mi Sr. Don Rodrigo, penetrándose bien de la lección que nos dió Nuestro Divino Maestro en su admi- rable parábola, dirá: «Traed un ternero ceba- do, y matadlo y comamos, porque éste mi abuelo era muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido hallado.>>

Ya sabrán ustedes que el día 6 le hice mi funeral, todo lo que aquí puede hacerse, y entre los coadjutores y yo le hemos aplica- do como unas nueve misas. Nada de esto vale. Mejor. Dios uiere que el Sr. D. Beltrán el Grande nos entierre á todos... Cedo pluma y papel á mi señora hermana, que me da