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B. PÉREZ GALDÓS

no deseaba otra cosa: queria ser el primero en asaltar la guarida de la revolución y el masonismo. Mal guarnecida la Corte, el Pretendiente tenía frente á sí la ocasión su- prema, la hora crítica de su destino. Se ju- gaba la Corona, eso sí; mas no le faltaban probabilidades de ganarla, y ganarla en tal momento era ser Rey de carne y hueso, no de cartón. Cualquier hombre de juicio claro y de corazón grande no habría vacilado en acometer la empresa, arriesgando el todo por el todo. El sino de D. Carlos María Isi- dro era no hacer nada á tiempo, y ver silen- cioso y lelo el paso de las ocasiones.

A eso de las diez se nos dijo que S. M., ce- lebrado Consejo, había decidido retirarse. Saldría la expedición á las dos de la madru gada en dirección de Alcalá. ¡Oh desencan- to, oh infinita tristeza! Vi movimientos de desesperación, manos que iracundas asian mechones de cabellos, resoplidos de angus- tia y rabia. ¡Vaya, que tocar á Madrid con las puntas de los dedos, y no agarrarlo! A Cabrera no le ví. Supe que trinaba; que el matiz de su cara era verde; que sus ojos echaban fuego; que rechinaba los dientes. Dicen que dijo: Mentras este abad de Poblet nos mani, no farem cosa bona. Por mi parte, no pensé más que en preparar también mi retirada, ó sea mi separación de la Causa, lo que no me fué difícil, ocultándome, de acuerdo con D. Anibal, en la bodega de mi alojamiento. Al rayar la aurora del 13, cuando ya no se veian ni rastros de carlistas } -