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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

rrumpieron tropas y clérigos en alaridos de monárquico frenesí. ¡Cuán cerca estaba el triunfo! Un día no más les separaba del des- canso. Concluiría la guerra; se inauguraría el reinado de la justicia y la legitimidad, quedando encadenada para siempre la infa- me hidra de la revolución.

El impetuoso Cabrera se aproximó el 12 á Vallecas, tiroteándose con unos desdichados milicianos que salieron por la puerta de Atocha. Ello fué poca cosa, más bien nada. Al mediodía recafaron en el Real alojamien- to de Arganda tres pajarracos de la Junta carlista de Madrid. Dijeronme, pues yo no veo bien, que no traían caras de Pascua, sino i de tristeza y desaliento. Por la tarde, aun 1 con mi corta vista, pude apreciar la conster- nación que se pintaba en los rostros de los expedicionarios del brazo cclesiástico, así como del militar y civil; y lo apagado y ca. vernoso de sus voces, oyéndoles cuchichear, me demostró que las risueñas ilusiones de aquellos infelices eran juguete del viento. En la bodega donde Rapella y otro italiano y dos franceses se alojaban, supe que la t Reina Cristina se había vuelto atrás. No ha- bía nada de lo dicho, y lo convenido y tra- tado entre las dos ramas enemigas no debía mirarse más que como una broma.

Crei yo que éste no era el desenlace, pues D. Carlos tenía bastante fuerza para demos. trar que con él no se juega. Esperábamos todos que al día siguiente 13 se daría un ataque formal á la coronada Villa. Cabrera 1