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B. PÉREZ GALDÓS

tistas, trasladándose á un punto donde pueda reconocer la legitimidad de su egregio cu- ñado. Corren emisarios con estas determina- ciones hacia el Cuartel Real de Guipúzcoa y hacia Madrid, los cuales regresan trayendo misivas en que se acepta el plan de reconoci- miento de D. Carlos como única Majestad Católica, á condición de que las hijas de Fernando VII obtengan la posición más pró- xima al Trono, y si es posible, en el borde del Trono mismo. Se propone un casamiento, y para la Reina madre se piden preeminencias y jerarquía de Soberana exenta, sin que sea parte á menoscabar su dignidad el casa- miento equívoco con D. Fernando Muñoz.

De todo esto se trata por embajadas que van y vienen, hasta que sale Luis Felipe, también echando pestes contra la revolucion y el jacobinismo, pues aunque él debe su Trono á un alzamiento popular, no fué éste denigrante y rastrero como nuestra sargen- til algarada. Ha meditado en ello, acari- ciándose con la gruesa mano su cabezota en forma de pera, y saca de su magín la clara idea de que el decoro monárquico exige á la pobrecita Reina Cristina burlar, con una bien dispuesta escapatoria, el cautiverio en que la tienen los masones y carbonarios dis- frazados de hombres de gobierno. Da ins. trucciones á su embajador La Tour Mau- bourg para que no se separe de la Reina de España, induciéndola á emprender con sus niñas el viaje de Madrid á Santander, donde embarcaría para Francia. No le parece bien