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B. PÉREZ GALDÓS

los entretenimientos posibles. Ha vuelto los ojos a los moderados, que no calman sus ansias, pues también se hallan daña- dos de liberalismo, y ve sombrío y dudo- so el porvenir de sus tiernas niñas. Los re- medios y soluciones que le propone su es- poso morganático, D. Fernando Muñoz, no tranquilizan su turbado ánimo, pues entre los moderados no se alcanzan á ver fuerzas y caracteres que repriman la patriotería, acabando al propio tiempo la lucha civil. Sale la Infanta Carlota, mujer de pesquis y entereza, y afirma que el mal grande, com- prensivo de todos los males, es la guerra, y que mientras no se dispare el último tiro, ya sea con bala, ya con pólvora seca, no puede esperarse que las cosas de la Real familia. vayan por el camino derecho. Retírase Mu- ñoz por el foro, y las dos hermanas conti- núan hablando en italiano con familiar vi- veza, ambas avispadas, nerviosas. Sostiene Carlota que urge terminar la guerra como se pueda, sacrificando algo si es menester, no parándose en pelillos, pues no están los tiem- pos, ni las cosas de los tiempos, para escrú- pulos y fililíes. Sálvese una parte, si no todo, de lo que se posee, y no se haga puntillo de honor de los llamados derechos, pues éstos, en toda ocasión histórica, no son tales dere- chos si no les acompaña y robustece la fuer- za. Donde no hay más que una fuerza limi- tada, intercadente, quebradiza, los derechos se debilitan y acaban por ser torcidos: nadie les hace caso. Llegan, por fin, las dos seño- 1