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LA ESTAFETA ROMÁNTICA

Carlota; Luis Felipe, Rey de los Franceses; Don Carlos V, pretendiente al Trono de Es- pana; y por bajo de estas cabezas más ó me- nos coronadas, y no muy provistas de seso, figuran embajadores y mensajeros con nom- bres efectivos ó figurados: el Príncipe de La Tour Maubourg, emisario del francés; el Ba- rón de Milanges, enviado del de Nápoles, y otros como tu amigo Rapella, de quien ho sabido que anduvo en Francia ostentando un titulo de Marqués. Figura también entre los actores el banquero Rostchild, que habla po- ..co, pero con substancia. Los ministros de la Reina, o no se han enterado, ó hacen como que no se enteran; pero hay algún general y más de cuatro próceres que están en el se- creto, aunque no dan la cara, por lo cual me abstengo de escribir sus nombres, que no co- nozco con absoluta certeza. No apunto más que lo que sé, y dejo dentro del saco las sos- pechas y presunciones.

Sale Cristina maldiciendo, en férvido mo- nólogo, la llamada revolución de la Granja, que ha mancillado su Real dignidad. He aquí la Corona de España manoseada por ~~cuatro sargentos, y la suprema autoridad traida y llevada del cuartel á la cámara re- gia. La Reina no se cree tal Reina, sino un juguetillo masónico, y la situación liberal nacida de aquella rebeldía grotesca, causale pavor y repugnancia. Desde su palacio ve á los liberales enjaretando con infantil can- dor una nueva Constitución, que se ve obli- gada á reconocer y jurar como el mejor de